Se levantan voces en la escena nacional lamentando la pérdida de españolidad de Iberia y el fin del cooperativismo, anunciado por el inminente cierre de Fagor.
Que cada uno llore lo que quiera, faltaría más, pero que todo el mundo sepa que la raíz estos dos problemas empresariales es la misma: mala gestión, concretada en la incapacidad de sus jefes y empleados para adaptarse al cambio del escenario en el que les fue tan bien, Iberia transportando pasajeros y Fagor fabricando electrodomésticos de línea blanca. Nada que ver con la estructura de propiedad tan distinta, una capitalista cien por cien, cotizando en las bolsas europeas y otra cooperativista desde su nacimiento.
Renovarse o morir
En la primavera de 2008 escuché, al director de expansión internacional de la Cooperativa de Mondragón, asegurar en una intervención pública que toda la industria española necesitaba de urgencia una renovación/innovación tecnológica y, de no acometerla, acabaría fuera del mercado.
En lugar de emprender ese camino de renovación –incierto y arriesgado, desde luego, pero inevitable—Fagor siguió una estrategia de abaratar costes de fabricación en unos productos que en sí mismos eran productos maduros. Implantó plantas en China y otros países, pero aquello solo sirvió para prolongar artificialmente la vida.
En Iberia, la misma música con distinta letra. En enero de 2011 llegó a la fusión con British Airways con buenos resultados, aunque con la tarea pendiente de adaptarse en costes y líneas al fenómeno de las low cost. British, por su parte, ya había hecho esos deberes. Desde la fusión, el valor de una bajaba, mientras que el de la otra subía.
El pirata Drake no vuelve
No hay que buscar culpables, Willie Walsh, el poderoso consejeros delegado de AIG, no es la versión moderna del pirata Drake, sino un exitoso ejecutivo que en 2005 llegó a British después de un brillante trabajo en Air Lingus.
El pirata de esta historia, ya digo, no es Walsh sino los sucesivos gestores y los permanentes empleados de Iberia que en lugar de adaptarse a la nueva competencia, pusieron todos sus esfuerzos en dificultar la marcha de las líneas low cost -¡no podían operar en Barajas!–, olvidando encontrar soluciones para ese problema, para la pérdida del puente Barcelona-Madrid (que hasta la inauguración del AVE era la línea más rentable de Europa) y para enfrentarse a los renovados esfuerzos de Air France por atrapar cuota de mercado en el Atlántico Sur.
Ni se hunde el cooperativismo, ni las multinacionales fagocitan a las empresas españolas: el mal está en la gestión incapaz aceptar y gestionar las nuevas realidades.